Aunque todavía hay predominio en ventas de coches con cambio manual, lo cierto es que las transmisiones automáticas cada vez levantan más interés en nuestro país. En otros como Estados Unidos son la norma y tienen como ventaja principal su comodidad. Ya hemos hablado también del mantenimiento que requieren y hemos dado algunos consejos para cuidarlo correctamente. Ahora vamos a tratar otro elemento que suele acompañar al cambio automático: las levas en el volante.
¿Qué son las levas en el volante?
Que sean incorporadas o no en un coche va un poco al gusto del fabricante, pues en la actualidad la mayoría de las cajas de cambio aceptan un modo secuencial. Ya sea de doble embrague, de convertidor de par o incluso de convertidor de par; es posible que desde la palanca de cambios se pueda hacer la subida y la bajada de marcha dando un toque en una dirección o en otra. Y eso se puede trasladar directamente al volante para ofrecer una mayor comodidad al usuario.
Las levas de cambio son unos pequeños pulsadores o tiradores situados en el volante o detrás suyo que permiten aumentar o reducir de velocidad con un sencillo movimiento de la mano. Por norma general, la leva del lado izquierdo hará que bajemos una marcha y la leva de la derecha servirá para aumentar una marcha. Aunque las llamemos “levas en el volante”, no siempre van unidas a este elemento. De hecho, hay cierto debate sobre la ubicación de las levas.
Hay algunos fabricantes que las colocan unidas a los radios del volante, de forma que giran solidariamente con él. Suelen ser de un tamaño bastante reducido y su accionamiento es bastante cómodo. Sin embargo, hay gente que se queja de perder su referencia a la hora de hacer un giro rápido y pronunciado. La otra opción es ubicar las levas en una posición fija que parte de la columna de dirección, de forma que siempre sabremos dónde están, pero obligando a soltar el volante en algunas situaciones.
Hay que tener claro que independientemente del lugar donde se sitúen o del material del que estén hechas (pueden ser de plástico, metálicas, de fibra de carbono…) su función seguirá siendo la misma. Permiten al usuario poder cambiar a su antojo, con un funcionamiento que no tiene misterios. Basta con poner el cambio automático en posición “D” como sería habitual y comenzar a jugar con las levas en el volante (en la mayoría se activa el modo manual-secuencial con tocar una de ellas, aunque también se podrá hacerlo seleccionándolo antes con la palanca del cambio).
El factor más importante que se pierde parcialmente en un cambio automático es la implicación del conductor. Ese vínculo que se genera con un cambio manual y las sensaciones que produce engranar la marcha es algo irrepetible. Pero gracias a las levas en el volante se consigue aumentar esa conexión entre humano y máquina, permitiendo adaptar la conducción al gusto del usuario. En conducción deportiva también ayudará a mejorar el rendimiento.
Siempre imperará la lógica del cambio automático y eso significa que, si estamos mucho tiempo sin utilizar las levas, el coche interpretará que debe volver a tomar las riendas. También evitará situaciones que puedan ser contraproducentes para el vehículo. Por ejemplo, si nos acercamos peligrosamente al corte de inyección conduciendo con las levas y no hay intención de subir marcha, el cambio lo hará por sí solo. Lo mismo si rodamos en una marcha larga a muy bajas revoluciones, cuando el coche podrá llegar a reducir automáticamente.